En medio de la oscuridad me estremezco deprisa en un mar de tejidos difusos que me agarran y ahogan, una presión indescriptible atenaza mi pecho y me siento atrapada en mis propias trampas.
El caos que me rodea quema mi mente y pudre mi carácter, sólo ansío escapar, huir tan lejos que sus ramas talladas de espinas nunca puedan atraparme y, nunca puedan tocarte.
Cómo puedo si quiera desear algo tan puro cuando yo soy el pecado.
La soledad es la respuesta cuando todo lo que tocas se hunde sin remedio en el fango de tu propia mierda.
Y querer algo distinto no es sino soñar con un imposible tras los muros de la barrera que yo misma creo.
Son unos brazos cálidos que me aferran lo único que por un momento consigue aislarme y, olvido de forma ilusa la realidad a la que hay que retornar cuando acabe la noche y la luna se esconda llevándose mis fuerzas.
Y el sol se pondrá en lo alto abrasando unos ojos húmedos cansados de ver lo que podría ser y no es, lo que debería ser y nunca será.
No entiendo cual es el baremo que mide y decide quien tiene o no tiene el derecho a la suerte.
Padecer sin merecer, ganar sin haber jugado, puras incoherencias.
Es inútil pensar en cuánto daño he causado para que se me haya reservado tanto dolor, porque hasta el ser más inocente de este mundo puede ser el blanco de la ira del destino que nos marca una casa, un entorno y una vida, buena o mala, casi nunca merecida.
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